En un fragmento de «El economista camuflado«, libro que empecé a leer hace un tiempo, se hace mención al tratamiento de las externalidades, particularmente las negativas.
Las externalidades negativas se producen cuando las acciones de un agente reducen el bienestar de otros agentes de la economía.
Veamos un ejemplo: para mí (cómo para tanta otra gente) es de gran comodidad venir al trabajo en auto, eso a mí directamente me genera un beneficio que es el bienestar de desplazarme en un medio independiente sin depender de subtes o colectivos.
Como yo, piensan otros cientos de miles de personas que todos los días salen de su casa para ir a trabajar en su automóvil.
Sin embargo, este accionar que a mí (y a todos los que venimos en auto) nos genera comodidad, también genera un efecto negativo al resto de las personas que prefieren venir caminando o bien que les encantaría disponer de un ambiente mucho más saludable, con un aire mucho más puro, menos ruidoso y no contaminado por la polución que los autos generan.
El exceso de tráfico además genera otra externalidad negativa que es el congestionamiento. Este es el ejemplo usualmente tomado por muchos economistas para ejemplificar las «fallas del mercado», aunque como veremos luego, quien en verdad siempre falla en dichos casos es la regulación inadecuada. Es decir, el Estado.
En economía o en ciencias sociales, una externalidad es «una interdependencia no compensada.» También se la puede calificar como un beneficio o un costo que no refleja su precio real en el mercado.
Me pareció especialmente interesante como el gobierno de los Estados Unidos combatió la siguiente externalidad negativa.
Para reducir los efectos de la lluvia ácida el gobierno instó a las centrales eléctricas que redujeran sus emisiones de azufre.
Como era de esperar, éstas exageraron enormemente los costes para cumplir con las reducciones. “Hablar es gratis”. ¿ Resulta conocido este comportamiento ?
Se barajaron cifras de U$S 1.500 por tonelada de azufre de costo para poder atender esta regulación.
Entonces el gobierno diseño un ingenioso sistema para descubrir el costo real y obligó a las empresas a respaldar sus palabras con dinero “real”.
Se prohibió emitir azufre sin adquirir previamente una licencia que permitía emitir un cupo determinado. Las empresas podían decidir comprar más licencias en subastas, reducir su producción, mejorar sus procesos para emitir menos azufre o comprar carbón de mejor calidad.
Mediante la subasta el gobierno obligó a las empresas a ser ellas mismas las que fijaran el coste de emitir menos azufre, pero ésta vez no había posibilidad de mentir.
A los tres años de iniciar el programa el precio máximo que se alcanzaba por subasta era de tan solo $70 por tonelada de azufre, menos de un 5% de la cifra máxima que se llegó a sugerir inicialmente. Quedó así demostrado que era mucho menos costoso para las empresas mejorar sus procesos y tecnologías con el objetivo de emitir menos azufre que pagar más, por la compra de licencias con permisos de emisión.
Las externalidades a veces pueden ser positivas, como cuando tu vecino mantiene su jardín agradable a la vista sin cobrarte nada por ello y colabora a un barrio más cuidado que termina impactando en el bienestar de todos los que comparten esa comunidad.
Las externalidades se originan al definir el límite entre los bienes que son públicos y los que son privados.
Cuando los bienes públicos no tienen reglas claras de utilización sufrirán inexorablemente del sobreuso, por naturaleza todos preferimos consumir aquello que no nos cuesta, o sobre lo cual no tenemos que rendir cuentas.
En consecuencia, quienes producen externalidades negativas tales como los congestionamientos de tránsito, lo seguirán haciendo en la medida que no se vean obligados a evitar, limitar, o compensar económicamente el perjuicio que ocasionan en las demás personas, al igual que lo tuvieron que hacer los emisores de azufre en los Estados Unidos.
Las calles, carreteras, autopistas las utilizamos como bienes privados, pero esta acción en las horas pico, ocasiona un «perjuicio público».
Tim Harford, el autor del libro que comenté, destaca que el Estado dispone de al menos dos formas para limitar la externalidad de los congestionamientos de tránsito: a) ofrecer alternativas adecuadas de transporte público, y b) gravar de forma diferenciada, según la hora del día, el uso de determinadas vías de tránsito.
En cualquiera de los casos, las llamadas «fallas del mercado» no son más que buenos ejemplos de externalidades negativas que ocultan fallas de regulación y planificación. Es decir, fallas del Estado.